Hay momentos en que las sombras expiran.
Nunca deseé seguirles la huella y, sin embargo,
me encuentro en su interior.
Hay mundos temblorosos,
los hay de terciopelo,
de almizcle,
de desolación e incluso de nada;
existen los de la vida,
también los de elemental agua perenne.
Hay mundos que uno jamás comprende,
algunos resultan longevos,
otros efímeros y frágiles como abril;
suelen desgarrar,
abatir, incrementar su riqueza espiritual
en detrimento de la sed humana.
Nunca inquietan mas de la cuenta,
su corazón es un simple refugio;
vano, elocuente,
cargado de adversidad.
Pocos creen en el mundo,
y no esperan de él,
sino la propia muerte.
En ocasiones aisladas
la vida pende del mundo
que uno habita;
cientos de miserables
lo han hecho suyo y,
a pesar de todo,
sigue girando a velocidad sideral.
Yo viví un intenso romance con él.
Eramos como dos fuegos que arden en el éter;
nos combinábamos de tal forma
que era difícil mirarnos a los ojos.
Un buen día decidió abandonarme,
y tuve que padecer el dolor de haberlo perdido;
de poco sirvió el consuelo por lo vivido,
ya no formaba parte de sus secretos,
me había robado hasta los sueños.
Y pude hundirme en mi propio mundo;
su lecho reservaba para mí;
grandes porciones de mar,
lluvias por doquier,
y una desesperante canción de cuna,
armónica,
tangible,
irresistible para cualquier mortal,
el remanso de vida que tanto demandaba.
Es mi mundo, mi propia mente.
El desenfreno,
la espontaneidad,
el ghetto emergente,
la interioridad de una vida que nadie conoce,
pero que suspira metáforas y
rapsodias que pocos habrán de recorrer.
sábado, 22 de noviembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario