sábado, 6 de diciembre de 2008

Junio en primavera


A menudo, y cuando uno menos lo espera, surgen las ganas de la fatalidad conjugada en sueños; como si la existencia se regulara a través de improvisaciones disímiles, funestas.
A veces lo macabro debe hacerse presente. Nunca se está exento de las variaciones que experimenta el universo y, aun más, los propios universos de los seres.
La tragedia no es más que el arte de vivir con dolor, pues de eso se trata el arte. Sin embargo, pocos son los sujetos que están dispuestos a transitar la calma de sentirse en la absoluta sinceridad, donde la crueldad de lo mundano comienza a evocar vicisitudes.
Hágase lectura de un verso irrelevante, grotesco, burlón. Tal vez, y sin temor a equivocarme, existan cuestiones elementales a la hora de vivir, sin embargo, la vida de los hombres y, muy fuertemente marcada, la de los hombres enamorados, se eleva hasta el clímax de lo absurdo, como si de amor se pudiera respirar.
Ecce homo rapsodium, el inquilino de los sueños de su amada, el cobarde incesante, el ensoñado sin razón alguna, emprende un periplo sin retorno. Le basta su poesía para emerger del anonimato que lo aqueja, pero que él mismo ha elegido para sumergirse en una catarsis sin precedentes.
En su cotidianeidad conviven el terror, la magia, la desdicha de ser un ente, el ocaso de no significar más que un objeto supeditado a su propio dolor, un dolor que muy lentamente se va transformando en melancolía.
Y, sin embargo, conserva tal rasgo, lo alimenta con retórica fabulosa, con sed de querer expresar una metáfora naciente en él. Fecunda su imaginación con precisiones infelices, lo cual lo coloca a tono con sus limitaciones a la hora del vuelo peculiar que comenzará cuando más lejano se encuentre.
Sin exponer causas, se marcha con su inquebrantable circularidad, hacia el río que lo bañe con su ira.
Mezcla rara de rencor y felicidad, se lanza a buscar su propia galaxia. En su deseo se confabulan la historia y las dudas, el bosque y la campiña, la oscuridad y su fuego ardiente.
Es implacable la constelación que invade cada pronunciación que dedica a su musa. No concibe su exasperación como algo enfermante, la noche lo adorna con su tentador paisaje, y el hijo de la esencia se enamora de la cadencia sideral de la canción noctámbula.
Escueto y solitario, sólo su propia inquisición lo redimirá del ocaso que convive en su interior. Ya nada puede ofrecer a un mundo que lo embiste y no detendrá su marcha hasta depositarlo en brazos de la muerte.
El vuelo de las aves predestina su final. El hombre finito será un misterio, tal vez una ciudad arcaica.
Sólo nos deja una serie de largas confesiones, un sol en los mares, una estela en las miradas de sus secretas inspiraciones, estaciones versátiles y un rumbo recurrente y cargado de emotividad.
Sus vacilaciones, sus pasiones, su muerte pretérita, no hacen más que afirmar los deseos de las almas, cuyo deseo es único e invulnerable: retornar a las fuentes que sólo un viaje provee.

ÉSTA ES UNA SERIE DE SECUENCIAS ESCRITAS PARA USTEDES, ESPERO LES GUSTE Y LAS DISFRUTEN.
LOS QUIERO.

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